Tentando al destino... [Demetri]

Continuaba preguntándome qué demonios era lo que hacía en este lugar. Oh, claro. Los Cullen ahora jugaban a los coleccionistas y los rumanos jugaban a mandar de campamento a su híbrida. Por ende, Aro quería saber de primera mano qué ocurría en este pueblo perdido en medio de la nada. Cálmate, Demetri, cálmate, me dijo la voz de mi… Razón, quizá. Era eso, siempre había sido un hombre bastante razonable, una virtud que se había potenciado con la inmortalidad. Todo iba bien, todo tranquilo. La rumana había estado haciendo de las suyas, intentando quitarle a su perro a la hija de Cullen y de Isabella. Todo un drama. Demasiado para mi gusto. Hasta que llegaron ellos…

Lo recordaba perfectamente. Un día nublado, para no variar, en el que la llovizna había dado paso a la niebla. Un par de humanos habían llegado, no era nada fuera de lo ordinario. Hasta que, a los dos, como casualidad o jugarreta del destino, se les ocurrió andar con dos de los licántropos de la reserva. Hubiera sido casi poético, si no hubiera ocurrido la transformación de la chica delante de ellos. Con ello vino la revelación del secreto. Los asquerosos perros se habían atrevido a desvelar el secreto. ¿Qué hacer? No eran vampiros, pero estaban comprometiendo el equilibrio de nuestro mundo y, ahora, dos humanos sabían de la existencia de los vampiros.

La decisión tomada con Carter había sido terminante; sabían demasiado, debían ser eliminados. Sin embargo, eso fue hasta que vi a la chica. Apreté el puente de mi nariz entre mi pulgar y mi índice, exhalando el aire lentamente. Sí que había sido poco adecuado. Gracias a esa chica, precisamente, había terminado esa larga amistad con Carter y, lo peor, era que ni siquiera sabíamos por qué. Bueno, él estaba patéticamente enamorado de ella y yo… Bien, yo… Diablos, no sabía ni qué pasaba conmigo. Solamente sabía que me molestaba que él quisiera seducirla.

Sin haberme dado cuenta, ya estaba caminando con rapidez por el bosque. Sería prácticamente correr para un humano. Generalmente solía bordear los límites de la ciudad, que era donde se encontraban los Cullen y, con ellos, la híbrida de Stefan. Eran los puntos a vigilar. Carter siempre se mantenía como una mosca pegada a la miel a la chica humana y, por lo tanto, evitaba acercarme demasiado al pueblo. Solamente era para evitar algún problema con mi compañero de guardia aunque, la verdad, me moría de ganas de darle un buen golpe.

Un aroma demasiado conocido impactó contra mí. Me detuve en seco, cerré los ojos e inhalé profundamente, haciendo que el efluvio cálido y dulce jugueteara en mi garganta, haciendo que esta quemara. Era un tanto masoquista, pero me venía importando poco. Carraspeé un poco, intentando que esa sed repentina se calmara. Sabía de quién se trataba y, aún así, no pude evitar fruncir el ceño con molestia. ¿Qué demonios hacía aquí, en el bosque? Cualquier vampiro podría atacarla. Caminé en total silencio hasta donde se encontraba su aroma, ni siquiera tuve que hacer uso de mi don.

Allí se encontraba Natalie Dorchester, completamente sola, recostada contra el tronco de un árbol, con los ojos cerrados. Aunque pareciera una postura de paz, su rostro demostraba lo contrario; su ceño se encontraba apenas fruncido y sus labios se habían tensado un poco. Un humano no podría haberlo notado. Me recargué contra uno de los árboles que se encontraba frente y crucé los brazos sobre mi pecho, mirándola durante un par de minutos. Era hermosa, una chica humana muy hermosa.

Sacudí ligeramente mi cabeza ante tales pensamientos y abrí mis labios apenas, antes de hablar. –¿No deberías de estar con tu mascota?- pregunté en un susurro cargado de ironía. No era necesario hablar más alto, lo único que se escuchaba eran los roces de las hojas de los árboles entre ellas y el apenas perceptible silbido del viento. –No creo que le agrade saber que estás sola en el bosque,- la comisura derecha de mis labios se curvó con ironía, mientras mi mirada se mantenía fija en ella. Sí, no podía negarlo, siempre había sido un poco hostil con ella, a pesar de que me mantenía al pendiente de lo que hacía y de su bien. Algo, muy en mi interior, me decía que era un mecanismo de defensa.

Apenas había terminado de hablar, la chica se sobresaltó, a pesar de todos mis intentos por que no lo hiciera. Lo siguiente fue que cayó al suelo, poniendo sus brazos para contrarrestar el golpe de su rostro. Casi inconscientemente, di un paso hacia adelante, dándome cuenta, a tiempo, de lo que había estado a punto de hacer. No, ayudarla sería demasiado comprometedor. Para evitar que se diera cuenta de ese gesto, solté una breve carcajada grave, mirándola fijamente.

-Vaya que eres un poco torpe,- dije con mofa, negando ligeramente con la cabeza, volviendo a recargarme contra el tronco del árbol, manteniendo mis brazos cruzados sobre mi pecho. Sus mejillas adoptaron un tono rosado exquisito en más de un sentido. Desvié mi mirada a un lado, intentando apartar de mi mente la imagen de la sangre coloreando su piel. Mi mandíbula se tensó y la molestia en mi garganta se hizo más notoria. Sin embargo, no dije nada o di señales de que eso me estuviese molestando, simplemente adopté una expresión indiferente, como si mirarla no fuera de mi interés.

Escuché sus respuestas sobre el cachorro que decía ser su novio y sonreí con cinismo. Aún así, pude notar cómo su corazón latía con rapidez, era como escuchar música celestial, una completa contradicción, como el cielo y el infierno, ambos en este lugar. Volteé lentamente a verla, ladeando un poco mi cabeza con una expresión de educada curiosidad. –No lo dices en serio…- dije con seguridad, resoplando con ironía. Sabía que ningún vampiro era del agrado de su hermano, mucho menos los Vulturi.

-Yo creo que Cooper estaría muy preocupado por su hermanita de saber que está con un vampiro que no lleva la asquerosa dieta vegetariana,- añadí con indiferencia, dirigiendo mi mirada al reloj que rodeaba mi muñeca izquierda, para luego volver a mirarla a los ojos. Me encogí de hombros y la observé mientras volvía a sentarse.

-Sería interesante que tu novio se presentara, de hecho,- continué hablando, como si no hubiese escuchado ninguno de sus comentarios amargos. La idea de poder acabar con ese perro se me hacía demasiado tentadora, quizá tan tentadora como resultaba su sangre para mí. –Puedo imaginarlo perfectamente,- añadí mientras caminaba hacia ella, dando lentos pasos alrededor de ella, deteniéndome sobre la raíz del árbol en la que se encontraba sentada, con un perfecto equilibrio. –Imagínalo, Nat,- hice el énfasis necesario en su sobrenombre, mientras me ponía en cuclillas para poder susurrar cerca de su oído. –Llega Seth y te encuentra con un vampiro, ¿qué es lo que haría?- pregunté como si no supiera la respuesta. Era obvio; atacaría sin pensarlo, imaginando que su novia estaba en peligro. Esa idea me resultaba un tanto repugnante. Como si yo quisiera hacerle daño…

Vaya, vaya. Así que la chica estaba muy segura de conocer a un vampiro. Qué equivocaba podría estar. Entrecerré ligeramente mis ojos con ese simple comentario. –Y yo creo que hay un momento para hacer las cosas,- dije con un tono peligrosamente indiferente, dándole a entender que, tarde o temprano, le haría daño. Sí, siempre había creído que teníamos una imagen que mantener. De por sí ya era bastante malo mantener a la humana a salvo, a pesar de que conocía de nuestra existencia.

Una sonrisa arrogante curvó mis labios al escuchar su negación ante el hecho que le había propuesto un momento atrás. –Sí, precisamente él,- afirmé en un susurro, sin hacer mayor la distancia que mantenía entre su cuerpo y el mío. Su cuerpo se tensó y su voz se vio afectada cuando cayó en cuenta de lo que pasaría si su novio o, inclusive, alguno de sus amigos licántropos, la encontrara en esta situación conmigo.

-No es difícil de imaginar, ¿verdad?- pregunté con notable diversión, sonriendo muy pagado de mí mismo en cuanto su cuerpo se estremecía por completo. Por un lado, me alegraba que estuviera sintiendo todo esto, que se diera cuenta de lo peligrosos que éramos y que, de un momento a otro, si la sed nos consumía, podríamos atacarla.

-Veo que eres torpe, pero no tonta,- dije con una sonrisa un poco forzada. Me mantuve con la mirada fija en la de ella, con esa mirada fría que sabía que poseía. Siempre me encargaba de no transmitir emoción alguna, era algo que había perfeccionado a lo largo de los siglos. Algo que no esperaba fue que su mano se posara sobre mi pecho. Automáticamente me tensé, mientras fruncía el ceño con desagrado. No era desagrado hacia ella, sino a esa corriente eléctrica que se extendió desde su mano hasta cada rincón de mi cuerpo.

Era tan fácil perderse en sus ojos. Con ella sí aplicaba lo que decían los humanos; “los ojos son la ventana del alma”. Parecía que podía leer cada uno de los pensamientos que pasaban por su cabeza. Inclusive esa preocupación que sentía ante la idea de que pudiera enfrentarme a su novio. Y eso, tenía que admitirlo, fue algo que me provocó disgusto.

Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que poseía, tomé su muñeca y, con cuidado, la aparté de mi, haciéndola bajar, en tanto daba un paso hacia atrás, alejándome de ella. –No te preocupes, si se mantiene como un buen perro, no le haré nada a tu novio,- dije con un tono amargo, esbozando una sonrisa cruel, diciendo la última palabra con lentitud, arrastrándola como si se tratara de algo repugnante que ni siquiera fuera merecedor de ser pronunciado por mis labios.

Comencé a caminar alrededor del claro con calma, mirando de vez en cuando los árboles que se mantenían sobre nosotros, conciente de cada respiración que daba, de cada latido de su corazón, inclusive de su aroma que el aire, cómplice, se encargaba de traerme, seduciendo mis sentidos y tentando mi autocontrol.